Anoche mataron a un chaval de dieciséis años en Vallecas. Cuando he leído la noticia en El Mundo han trepado por los muros de mi mente varias ideas que, además, han clavado sin remedio sus puñales en mi blanda estructura encefálica. Bandas organizadas de criminales, peleas, asesinatos, tenencia ilícita de armas... no es nada nuevo. Pero, ¿¡con niños de doce años!? ¿¡En la capital de España!? Un contexto menos llamativo lo encontraríamos entre favelas de Río de Janeiro o, rizando el rizo, en guerras civiles de países como Sudán.
La víctima de dieciséis años en el Puente de Vallecas (Foto: EFE) |
Os invito a que voléis tantos años como os sea necesario hasta vuestra infancia y recordéis lo que hacíais con doce años. En mi caso, iba a la escuela donde me lo pasaba genial entre libros y pillaos en el recreo; también aprendía lo que era el compañerismo en los vestuarios con mis compañeros de equipo; jugaba con mis amigos en la calle a los zompos o a los tazos o al fútbol; y además compartía mucho tiempo los fines de semana con mi familia. Era un niño entre tantos, ¿vosotros no?
"Yo soy yo y mis circunstancias", que decía Descartes. Lo malo es cuando las circunstancias no sólo no evitan, sino que favorecen este tipo de comportamientos. A tres de los asesinos del joven de Vallecas la Ley les concede el privilegio de no ser imputados, al tener doce y trece años. Son niños, estamos de acuerdo. Pero también coincidirás conmigo en que han pegado un tiro (o han sido cómplices de ello) a otro menor y que la solución a esto es simplemente "pasar a disposición de sus padres". Me inquieta pensar que nuestra Ley crea que aquellos padres que han permitido a su hijo ser captado por estas bandas, vayan ahora a ser capaces de encarrilarlo.
Lo primero que yo haría, de forma preventiva, sería retirarle la custodia a los padres. Tienen que existir mecanismos para instruir a niños conflictivos presas de organizaciones criminales, víctimas posiblemente de la inseguridad en sí mismos, del miedo a una sociedad devoradora de personas y de la mentira de jóvenes criminales ya consumados.
Por cierto, volviendo al papel de los progenitores, ¿cómo es posible que descuiden de esa manera la educación de su hijo? ¿Cómo puede ser que no hayan hecho nada por remediarlo? ¿Qué clase de amor es ese?
Si por azares del destino algún día me leéis, queridos secuestradores de vidas, sabed que no sólo es vuestro fracaso personal. Es que, además, por vuestra culpa está muerta la infancia de vuestros hijos y en coma su porvenir.